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Page 9
El jefe mont� en una de ellas, colocando en la delantera a Juanito y
rode�ndole un brazo por la cintura.
Luego montaron los otros dos, y la Golondrina de un salto se puso en las
ancas de una de las caballer�as.
Polonia, al verles emprender a galope por el barranco abajo, lanz� un
gemido y cay� de espaldas desmayada.
Entonces se agitaron las secas ca�as del carrizal de la izquierda y el
perro Fortuna asom� la cabeza. Se hab�a refugiado all� r�pidamente al
ver a los hombres con las escopetas.
Su instinto le hab�a aconsejado aquella retirada, porque sus enemigos
eran muchos y ventajosamente armados para vencerlos.[15]
Fortuna permaneci� un momento indeciso y moviendo la cabeza con recelo
como si temiera alguna emboscada.
Por fin se acerc� a donde estaba Polonia desmayada y le lami� las manos
y la cara.
Luego levant� de nuevo la cabeza moviendo la negra membrana de su
hocico, con esa rapidez nerviosa del perro que ventea un rastro
caliente.
De pronto lanz� un aullido apagado, y bajando el hocico hacia el suelo,
se lanz� a la carrera por el barranco, siguiendo las huellas de los
secuestradores.
CAP�TULO IV
=La tempestad=
Cuando Polonia recobr� el conocimiento era de noche; quiso gritar, pero
la mordaza ahogaba su voz en la garganta y su coraz�n lat�a de un modo
violento.
Se levant� como pudo; sinti� grandes dolores en todo su cuerpo. Comenz�
a subir la rampa del barranco con gran fatiga.
Una vez en la carretera, ech� a correr hacia el pueblo.
El cielo se hab�a encapotado, el viento produc�a en las hojas de los
�rboles ese ruido que imita el eterno movimiento de las olas del mar al
estrellarse sobre las rocas de las costas.
Este cambio repentino de tiempo, tan frecuente en el mes de agosto, no
fu� apercibido por Polonia, que corr�a y corr�a siempre, respirando de
un modo fatigoso.
Ya cerca del pueblo vi� venir gente hacia ella.
Eran don Salvador, el alcalde y el secretario, que, extra��ndoles la
tardanza de Juanito, iban en su busca.
Al ver a Polonia amordazada y con las manos atadas a la espalda, don
Salvador lanz� un grito de espanto, como si lo adivinara todo.
El alcalde y el secretario quitaron la mordaza y las ataduras de las
manos de Polonia, que cayendo de rodillas a los pies de su buen amo,
s�lo pudo decir:
--�Me han robado a Juanito, se�or, me lo han robado!...
Y volvi� a desmayarse.
Don Salvador se qued� aterrado, le flaquearon las piernas y se abraz� al
cuello del alcalde para no caerse.
Afortunadamente, la pareja de la guardia civil, que sal�a del pueblo a
hacer el servicio nocturno de carretera, lleg� a tiempo y pudieron
conducir hasta su casa a don Salvador y a Polonia.
Reanimados un poco con los auxilios que les prestaron, la nodriza cont�
detalladamente todo lo que les hab�a ocurrido desde que oyeron los
tristes lamentos de la infame ni�a mendiga hasta el instante que perdi�
el sentido.
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