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Page 10
--�Ah, si hubieras hecho caso de los gru�idos de Fortuna, que os
anunciaban un peligro!--exclam� el anciano, golpe�ndose la
frente.--�Pero d�nde est� que no le veo?
--Indudablemente le matar�an, porque yo tampoco le vi m�s desde que
salieron aquellos hombres del carrizal.[16]
--En fin, dame, dame esa carta, Polonia; no se ha perdido todo; esto
ser� cuesti�n de dos, de tres, de cuatro mil duros, de todo lo que poseo
si se les antoja ped�rmelo. �No es verdad, guardias? �No es verdad,
se�or alcalde? Los secuestradores son unos infames, unos criminales;
pero generalmente no matan a los secuestrados. Me lo devolver�n, s�; me
lo devolver�n, y yo en cambio les dar� lo que me pidan. Don Salvador se
ahogaba; tuvo que sentarse, se quit� la corbata y se desabroch� el
chaleco; no pod�a respirar.[I]
Mientras tanto Polonia buscaba en vano la carta que tan brutalmente le
hab�a metido en el pecho el secuestrador.
--�Pero no me das esa carta!--exclam� el anciano.
--Si no la encuentro, se�or.
--�Que no la encuentras!--exclam� el abuelo, p�lido como un cad�ver y
levant�ndose de la silla como impulsado por una fuerza superior a su
voluntad.[18]
--No; no la encuentro,--exclam� Polonia con desesperaci�n;--me la meti�
uno de ellos en el pecho mientras otro me ataba las manos y me pon�a la
mordaza; pero como luego ca� desmayada en el barranco....
--Entonces se te habr� ca�do en el barranco y es preciso ir a
buscarla.[19]
Y don Salvador se dirigi� a la puerta.
El alcalde le detuvo, dici�ndole:
--Para buscar la carta bastamos nosotros. Polonia nos acompa�ar�. El
tiempo ha cambiado y amenaza tormenta. A ver; Atanasio, coge la
linterna; vamos andando.
Don Salvador quiso acompa�arlos, pero el m�dico y el cura, que tambi�n
hab�an acudido al saber la desgracia de Juanito, se opusieron
firmemente.
--�Oh, Dios m�o, Dios m�o!--exclam� el anciano con desesperaci�n;--si no
encuentran esa carta, mi pobre Juanito est� perdido, porque le matar�n
viendo que no se les da el dinero que piden. Salieron en busca de la
carta Polonia, los dos guardias civiles, el alcalde, el secretario,
Cachucha y el jardinero.[20]
El m�dico y algunos vecinos del pueblo se quedaron acompa�ando a don
Salvador.
Cuando los expedicionarios salieron a la calle, los deslumbr� un
rel�mpago que fu� seguido de un espantoso trueno:
La lluvia ca�a con esa violencia propia de las tormentas de verano.
Nadie hizo caso. Caminaban en silencio por la carretera, preocupados en
aquel triste acontecimiento que aflig�a a todo el pueblo.
Cuando llegaron al puente, Cachucha que iba delante se detuvo, reconoci�
el terreno, y dijo:
--Trabajo perdido; el barranco viene lleno de agua; es imposible bajar.
La avenida era grande; las turbias aguas se arrastraban con violencia
sobre el pedregoso cauce del barranco, rugiendo de un modo amenazador.
--�Qu� l�stima!--a�adi� un guardia civil;--no s�lo hemos perdido la
carta sino las huellas de los secuestradores.
--�Y qu� hacemos ahora?--pregunt� Cachucha.[21]
--Toma; regresar al pueblo;--contest� el alcalde.
Y sin hablar m�s, regresaron al pueblo tristes, silenciosos y empapados
de agua y lodo hasta los huesos.
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