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Page 11
El pobre don Salvador se qued� anonadado al saber la avenida del
barranco.
Cay� de rodillas, junt� las manos y elev� los ojos llenos de l�grimas al
cielo, murmurando con tr�mula voz:--Se�or.... Dios m�o.... Padre
misericordioso, sin cuya voluntad no se mueve una hoja de los �rboles ni
un �tomo de polvo de la tierra.... Vela por mi hijo, vela por Juanito.
Un profundo silencio se extendi� por la habitaci�n, todos rezaban en voz
baja, todos le ped�an a Dios por el ni�o secuestrado.[J]
CAP�TULO V
=El que siembra recoge=
Transcurrieron dos d�as. El pobre abuelito estaba inconsolable; cuarenta
y ocho horas sin dormir, sin comer, sin ver a su nieto.
El alcalde y la guardia civil hab�an oficiado a los pueblos inmediatos
lo ocurrido, pero nadie ten�a noticias de Juanito.
Aquel silencio era espantoso para el pobre anciano.
--Ah, sin duda en la carta--se dec�a--me fijaban un plazo para entregar
el dinero.... Dios m�o, �qu� ser� de Juanito cuando ese plazo se
cumpla?[22]
En el pueblo no se hablaba de otra cosa que del secuestro del ni�o.
Todos hubieran dado la mitad de su sangre por encontrarle.
A fuerza de grandes ruegos consiguieron el cura y el m�dico que don
Salvador tomara alg�n alimento.
Lleg� el tercer d�a. El pobre abuelito, p�lido como un muerto, con los
ojos cerrados, se hallaba tendido en un sof�, y a no ser por los
estremecimientos nerviosos que agitaban su cuerpo, se le hubiera tomado
por un cad�ver.
Comenzaba a obscurecer; la tenue luz del crep�sculo penetraba por una
ventana iluminando con vaga claridad la habitaci�n.
La puerta se abri� poco a poco y asom� por ella la cabeza de un perro.
Era Fortuna, cubierto de lodo.
Se acerc� al sof� y se qued� mirando fijamente al anciano. Esta
contemplaci�n dur� algunos segundos; luego comenz� a lamerle las manos a
don Salvador.
El c�lido contacto de aquella lengua agradecida despert� al anciano. Al
ver a Fortuna lanz� un grito que hubiera sido imposible definir, porque
la presencia de aquel perro leal, que �l cre�a muerto, le causaba al
mismo tiempo una inmensa alegr�a y un profundo dolor.
--�Ah, eres t�, Fortuna!--exclam� sent�ndose en el sof�.--�D�nde est�
Juanito? �D�nde est� el hijo de mi alma?
El perro ladr� tres veces dirigi�ndose hacia la puerta, en donde se
detuvo para mirar a su amo.
--S�, s�; te comprendo perfectamente; t� vienes a decirme: s�gueme y te
conducir� a donde est� Juanito.
El perro ladr� con m�s fuerza.
--�Ah! qu� importa que la naturaleza no te haya concedido el don de la
palabra; yo te entiendo perfectamente; bendito sea el momento que te
refugiaste en mi casa.
Y �l mismo, que por instantes parec�a recobrar sus perdidas fuerzas,
comenz� a dar voces, diciendo:
--�Polonia, Atanasio, Macario, todo el mundo aqu�! Que aparejen mi jaca,
que llamen a la guardia civil, al cuadrillero, a todo el que quiera
seguirme.
Don Salvador mientras tanto hab�a descolgado una escopeta de dos ca�ones
del armero y se hab�a ce�ido una canana llena de cartuchos.
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