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Page 12
Algunos criados entraron precipitadamente en la habitaci�n de su amo,
creyendo que el dolor le hab�a vuelto loco. Al verle con la escopeta,
Polonia le dijo sobresaltada:[K]
--�Pero ad�nde va Vd., se�or?
--A donde est� Juanito.... Mira, ah� tienes el amigo leal que va a
conducirme a su lado.
--�Fortuna!--exclam� Polonia, que hasta entonces no hab�a visto al
perro.
--�se, �se sabe donde est� mi nieto: sig�mosle, pero es preciso hacer
las cosas con m�todo. T�, Atanasio, llama a la guardia civil y al
cuadrillero; t�, Polonia, pon en unas alforjas algunos comestibles; t�,
Macario, apareja mi jaca, pero de prisa, muy de prisa, pues me mata la
impaciencia.
Media hora despu�s todo estaba dispuesto y los expedicionarios reunidos
en casa de don Salvador.
El perro no cesaba de ladrar y hacer viajes hacia la puerta, indicando
su impaciencia.
--En marcha, Fortuna, en marcha;--exclam� el anciano con firme
entonaci�n,--cond�ceme a donde est� Juanito, y que Dios nos ayude.
El perro comenz� a dar saltos de alegr�a, sali� a la calle y tom� a la
derecha.
Todos le siguieron, Fortuna iba delante, luego dos guardias civiles a
pie, don Salvador, el cuadrillero a caballo, y por �ltimo, cuatro
criados de la casa.
Todos iban armados de escopetas y resueltos a salvar a Juanito. Ten�an
una fe ciega en las demostraciones del perro. Nadie dudaba de que aquel
noble e inteligente animal les conducir�a a donde estaba el ni�o
secuestrado.
La noche era serena, apacible. La luna iluminaba con dulce claridad la
tierra.
El perro, que caminaba siempre delante, volviendo de vez en cuando la
cabeza para ver si le segu�an, lleg� al puente, y en vez de bajar al
barranco, torci� a la izquierda caminando por la orilla del cauce unos
quinientos pasos. All� baj� por una vereda, cruz� el barranco y tom� una
senda que conduc�a al monte.
[Illustration]
Todos le siguieron en el mayor silencio. Despu�s de dos horas de trepar
por aquel camino de cabras, los expedicionarios llegaron a la cumbre de
una elevada monta�a.
--Guardias, �est�n Vds. cansados?--les pregunt� don Salvador.
--Adelante, adelante; �ste es nuestro oficio,--contest� uno de
ellos.--Mientras el perro no vacile, le seguiremos.
Se hallaban en una meseta sembrada de espesos chaparrales y copudas
encinas. La luna lo iluminaba todo; aquel espesar era interminable; a lo
lejos parec�a distinguirse grandes grupos de �rboles en el fondo de un
valle encerrado entre dos alt�simas monta�as. El perro continu�
descendiendo por la parte de la umbr�a durante media hora, luego torci�
a la derecha, caminando siempre a media ladera.[L]
Los expedicionarios comenzaban a impacientarse: llevaban cuatro horas de
no interrumpida marcha por un camino fatigoso y duro.
Llegaron por fin al valle. Grandes grupos de fresnos y de �lamos
formaban aqu� y all� espesos bosquecillos.
El perro penetr� resueltamente en uno de aquellos espesares.
De pronto Fortuna se detuvo. Los expedicionarios vieron a pocos pasos de
distancia una casa de pobre apariencia.
La casa s�lo se compon�a de piso bajo.
El perro, con mucho recelo, y arrastr�ndose por la tierra, lleg� a la
puerta, la olfate� y luego, volvi�ndose a los que le segu�an, formul�
uno de esos gemidos tan peculiares a los animales de su raza para
indicar la aproximaci�n de su amo.
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