Fortuna by Enrique Perez Escrich


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Page 13

Todos oyeron este gemido y los resoplidos que daba Fortuna procurando
introducir el hocico entre el dintel y la puerta.

A nadie le qued� la menor duda de que en aquella casa estaba Juanito o
por lo menos hab�a estado.[23]

Uno de los guardias civiles dijo en voz muy baja:

--Esta casa es la del guarda de esta umbr�a que acabamos de cruzar. Es
hombre de malos antecedentes, ha estado en presidio y la guardia civil
le tiene apuntado en su libro. Todo el mundo pie a tierra y preparados;
mi compa�ero y yo entraremos delante. T�, Cachucha, te pones de
centinela por la parte del r�o, y si ves alguno que quiere escaparse
saltando las tapias del corral, le haces fuego. T�, Atanasio, ten la
linterna prevenida por si hace falta.[24]

Se obedecieron las disposiciones del guardia.

Don Salvador sinti� que su coraz�n lat�a con extremada violencia.

El guardia civil, con la culata de su carabina, dio dos fuertes golpes
sobre la puerta.

Transcurrieron algunos segundos sin que nadie contestara. En la casa
remaba un silencio sepulcral.

El guardia llam� segunda vez diciendo en voz alta:

--Cascabel (�ste era el apodo del guarda del monte Corbel), abre a la
guardia civil o descerrajamos la puerta a tiros.

--All� va, all� va; un poco de paciencia, que me estoy
vistiendo,--contest� una voz femenina.

Transcurrieron dos minutos. Dentro de la casa se oy� un ruido como si
arrastraran un pesado mueble cambi�ndolo de sitio. Luego se abri� la
puerta present�ndose una mujer con un candil en la mano.

Tendr�a cuarenta a�os de edad, era alta, delgada, de color cetrino y
pelo rojo y enmara�ado. Todo en aquella mujer indicaba la falta de aseo;
a primera vista era verdaderamente repugnante.

Al ver tanta gente retrocedi� dos pasos frunciendo el entrecejo y dijo:

--�Qu� es esto?

--Esto es que venimos a hacerte una visita a ti y a tu marido,--contest�
un guardia.--�D�nde est� Cascabel?

--Recorriendo el monte, porque hay muchos da�adores. �Pero qu� le
quer�an Vds.?--T� ya sabes lo que nosotros queremos,--a�adi� el
guardia.[M]

--�Yo!... Pues aunque tuviera el don de la adivinanza,--exclam� haciendo
una mueca la guardesa.[25]

--Vamos, menos palabras, y dinos d�nde tienes al ni�o.

--Pues si yo no he tenido hijos nunca.

--Ya que no quieres a buenas, peor para ti, hablar�s a malas.

El guardia hizo una se�a a su compa�ero, y cogiendo a la guardesa cada
uno de un brazo y junt�ndole los dedos pulgares de las manos por detr�s
de la espalda, le pusieron el tornillo y la cadenilla de hierro.

La guardesa exhal� un rugido de dolor, y haciendo rechinar los dientes,
dijo:

--�Vaya una haza�a! �qu� valientes!

Todos escuchaban el di�logo con gran inter�s, cuando de pronto Fortuna
comenz� a ladrar de un modo estrepitoso.

Al extremo de aquella sala-cocina se hallaba un enorme arc�n viejo y
desvencijado. El perro escarbaba con furia junto al arc�n.

--Ah� est� mi hijo,--grit� don Salvador.

Abrieron el arc�n: no hab�a nada. El perro continuaba ladrando y
escarbando. La guardesa miraba a Fortuna con sombr�os y recelosos ojos.

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Books | Photos | Paul Mutton | Mon 24th Feb 2025, 19:01