Impresiones, Poesías by Jose Campo-Arana


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Page 2

A su lado, y como huyendo avergonzados de la compa��a de los dem�s,
nos muestran la espalda los tr�nsfugas de la literatura; los que van �
buscar en la pol�tica, m�s que el nombre que su natural disposicion
les brindaba, un descr�dito probable por el pronto, y, � la larga, el
anatema � el olvido.

No es insignificante el n�mero de los que en otro extremo del cuadro
se impone al cansancio de nuestros ojos con la viveza y animacion de
sus figuras. Echegaray, el hombre de ciencia, el pol�tico, aparece en
primer t�rmino al frente de la alborotada multitud de los Zapata, los
Herranz, los Sanchez de Castro, Gaspar, Calvo y Revilla, Barrera,
Valc�rcel, Bustillo, Balaciart, etc., etc., etc., trocando el comp�s
por la pluma, y trasform�ndose de un golpe en el autor dram�tico m�s
atrevido de su �poca.

Vedlos � todos, entusiastas soldados del arte, escalar las �speras
alturas que guian � la cumbre donde se asienta el templo de la Fama,
enardecidos por la f� que rebosa en sus almas, por la hermosura de la
conquista, y no m�nos que por todo eso, por las voces del ilustrado y
ben�volo Navarrete, del �tico Sanchez Perez, del tan discreto como
bilioso Revilla, del juicioso y noble Garc�a Cadena, del entusiasta
Alfonso, del concienzudo Cort�zar.

�Est�ril el per�odo literario que atravesamos! �Vale la pena tan
peregrina acusacion de que nos ocupemos de ella un momento m�s?


II.

Hace algunos a�os, ofrec�a la Plaza de Santa Ana un aspecto muy
distinto del que ahora presenta; y, sin duda porque el que estas
l�neas escribe la contemplaba ent�nces con los aduladores ojos de la
adolescencia, infinitamente m�s bello. Verdad es que la fachada del
teatro Espa�ol no ostentaba los primores del revoque moderno, que
confunde en sabros�simo consorcio los edificios p�blicos y los platos
de huevos moles adornados de clara batida, donde las G�ngoras lucen la
habilidad de sus manos para delicia de los fieles golosos; verdad es
que aquella tierra inculta no se habia engalanado todav�a con la
improvisada exuberancia de la naturaleza municipal; pero no es m�nos
cierto que la Plaza de Santa Ana, sin sus tenduchos de madera en que
los gorriones morian tan rabiosos y desesperados como Werther, en que
los grillos se ensayaban para cantar zarzuela, en que los tit�s y las
cacat�as daban con sus asquerosas miradas y con su coquetismo,
abundantes pruebas de que los vicios y flaquezas son lo que m�s une al
hombre con los animales; sin todo eso, repito, la Plaza de Santa Ana
ser� todo lo que se quiera... m�nos la Plaza de Santa Ana. �Qui�n,
cuando muchacho, no se ha extasiado ante aquellos destartalados
cajones? �Qui�n, por el m�dico precio de dos cuartos, no ha comprado,
al mismo tiempo que la pobre v�ctima, el cargo de verdugo, ejercido
con tanta inocencia como resolucion? Yo s� de un ni�o (cuyo nombre
reservo para no ofender la modestia y resucitar los remordimientos en
quien ya es hoy un hombre muy barbudo y que peina canas); yo s� de un
ni�o que, al cumplir los nueve a�os, repas� la lista de sus
_avicidios_, y, m�nos sanguinario que Tenorio, sinti� profundo
arrepentimiento y vivo deseo de enmendar de alguna manera sus
cr�menes, y ya que no pudo decir aquello de

Si buena vida os quit�,
buena sepultura os d�...

porque los cad�veres se habian extraviado por el garguero del gato de
su casa, pidi� � su padre (no al padre del gato, al marido de su
madre) dinero para comprar todos los billetes de la pr�xima extraccion
de loter�a; medio ingenioso que habia imaginado el infante para sacar
el premio gordo, comprar con �l todos los p�jaros de la Plaza de Santa
Ana, y en un dia y una hora darles libertad.

�Dulce, encantadora edad de la infancia, en que lo feo es bonito, toda
ambicion posible, y hasta los remordimientos se presentan con forma
c�mica!

En un �ngulo de la plazuela, se alzaba por el a�o de 1868, y debe
alzarse todav�a (el regente de la imprenta no me d� tiempo para
averiguarlo), una casa de tres pisos y un solo balcon en cada uno,
propiedad de una maestra de ni�as, que tenia _amiga_ en la calle de
Belen, y que, para cierto objeto que m�s adelante se dir�, cay� en
gracia (el cuarto, no la maestra,--esto de escribir de prisa tiene
muchos y graves inconvenientes) � unos cuantos j�venes, escritores
unos, que no escribian; estudiantes otros, que no estudiaban, y
empleado alguno, que empleaba el tiempo en no asistir � la oficina.
Aquel cuarto, tan reducido que bien hubiera podido llamarse ochavo,
constaba de un pasillo estrecho, que parecia ancho � fuerza de ser
corto, un gabinete donde bien podrian caber seis personas de pi�, pero
inc�modamente, y un balcon � la _plaza de los p�jaros_.

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Books | Photos | Paul Mutton | Sat 20th Apr 2024, 8:00