Parnaso Filipino by Eduardo Martin de la Camara


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Page 7

[Nota 10: Aguinaldo, caudillo de la revoluci�n, luego general�simo
y presidente de la rep�blica.]

Todo el nuevo fervor del patriotismo
que exaltaba un esp�ritu halag�e�o,
la intuici�n, la acuidad, el dinamismo
mental pusiste en tu grandioso empe�o.

Y tu obra demostr� que, si fecundo
fu� tu pueblo en heroismos de batalla,
tambi�n pod�a presentar al mundo
un estadista de tu enorme talla.

La flor ilustre que cuid� tu mano
tronch�la el soplo de enemigo cierzo;
mas la medida del valor humano
no el �xito la da, sino el esfuerzo.

No queda del ayer para el fenicio
mas que la huella del sangriento agravio,
y para el pueblo el noble sacrificio
y tus laureles de patriota y sabio.

Ser� execrado el triunfo de la fuerza
en nuestra actualidad de cautiverio,
mientras la ley de la justicia ejerza
en la conciencia universal su imperio.

Mas no muri� la causa independiente.
Falt�la el brazo, pero tiene asilo
en las almas, y flota en el presente
como la cesta b�blica del Nilo.

No es f�cil, no, que el ideal sucumba
bajo la acci�n del tiempo o la violencia,
pues, como el trigo de la egipcia tumba,
en s� contiene secular potencia.

Y ha de surgir en el futuro ignoto,
llevado a plenitud por el destino,
como la flor del legendario loco,
como el cofre del Padre Florentino;

porque supo de triunfos y derrotas,
porque tuvo su cruz y su calvario;
la sangre le ofrecieron los patriotas
y t� el cerebro, �oh gran Apolinario!

Era de hierro y de cristal tu mente;
grandes ideas model� su fragua;
tuvo el vuelo del �guila potente
y la profunda claridad del agua.

La vida concentr� sus energ�as
en tu cerebro luminoso y triste.
Ninguna falta de los pies ten�as
para los altos vuelos que emprendiste.

Fuiste toda una mente geom�trica,
f�rmula abstracta, puro pensamiento,
que nos hablaba en nuestra noche t�trica
con una voz de sibilino acento.

A la tienda lleg� del adversario,
razonador, sin altivez ni reto.
Si no cambi� su juicio refractario,
mucho fu� que ganara su respeto.

Busc� el retiro de rural sosiego
y prosigui� su ruta sin desmayo.
Para trazar su r�brica de fuego,
tras densa nube se recoge el rayo.

Sobre el rojo fulgor del exterminio,
sobre el mortal estruendo de las balas,
en el azur, su natural dominio,
serenamente despleg� las alas.

All� alumbr� la senda tenebrosa
en su funci�n de numen y atalaya;
all� engendr� la concepci�n grandiosa
de una fecunda comuni�n malaya.

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Books | Photos | Paul Mutton | Fri 10th Jan 2025, 7:41